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La cuestionable ortografía en las publicaciones de cierto evento me sacó de base, dado que la organización estaba a cargo de personas con experiencia. Personas con las que pactamos una conversación, como muchas que tuvimos con diferentes organizadores y promotores, con el propósito de respaldar iniciativas que generasen más espacios de disfrute musical; la conversación se dio sin percances, hasta el momento en que, con perturbadora frialdad, uno de los sujetos dijo:

A esas bandas les regalas cerveza, alabas su música y perdonan que no les paguen”.

Siendo otrora miembros de ignotas agrupaciones, hablaban de la multitud de patrocinios que conseguían. Sonaban convincentes, pero con un tono salpicado de soberbia, seguros de que, donde suene una lata, habrá música en vivo sin necesidad de honorarios. Afirmaciones crueles, con algo de base en algunas ocasiones. Entrelazada con el profesionalismo de la mayoría, existe una conducta indulgente y en ocasiones destructiva que muchos apadrinan, la de la ubicua presencia del alcohol como moneda de cambio: un día como pago al artista, otro día como incentivo al público.

¿De dónde sale la idea de que la concurrencia a una actividad en la que se presenta un artista es “apoyo”, la presentación debe ser gratuita y si no lo es, toca compensar a los asistentes por su tiempo con comida y tragos?

Tengo toque, vengan a beber

La inmensidad de actividades nocturnas que conforman la cartelera de fin de semana, para disfrutar lo poco que queda del rock en vivo: más que un concierto (como ahora quieren que les llamen sin saber bajo qué premisa), los afiches parecen anunciar un festín para cada orificio facial: “Mira el partido, come hasta reventar, embriágate y de paso, escucha las canciones que te gustan interpretadas por artistas cuya propuesta original no conoces o es menos digna de ser sonada en vivo”. El mensaje errado que esto envía es: “Ven a ver a mi banda, te compensaré por el daño”.

Antes de 2019 y sus envidiables eventos macros, mansos y municipales, mis primeros reencuentros felices con música en vivo incluyeron un boleto sabatino en una fiesta de pantalones cortos, y una actividad decembrina (que también pagamos) en un sitio minúsculo pero agradable, con forma de rectángulo, con un ambiente armónico de distracciones sanas y las mejores papas fritas de la avenida de plata. Sitios interesantes como este abundan y los encargados ceden, amablemente, sus espacios. Siendo ellos mismos gente emprendedora, entienden que para el artista existen pocas oportunidades donde exponer su trabajo y obtener su merecida retribución.

Las personas que asisten a eventos valoran lo que reciben; saben lo que compran. Si existe un precio de entrada, el público lo paga con gusto si le interesa asistir. Si la entrada es gratuita, la inversión de tiempo es indicativa de interés real por la propuesta. El público decide cómo pasar un buen rato. No necesita compensación. Si el interés fuese la comida, sobran opciones, y si de beber se trata, nadie dejó de hacerlo porque no fuese gratis. En ningún concierto internacional te regalan las bebidas. Al contrario, muchos pagan gustosos cinco dólares por una botella de agua del grifo sin cuestionarse tal absurdo.

Tocar no tiene precio… porque no cobras

Es libertad del artista decidir si su trabajo debe ser remunerado. Es su derecho decidir cuántas veces y en qué lugares sonará sin solicitar pago, aunque con frecuencia pareciera ser al revés: en cantidad importante, organizadores de eventos, dueños de algunos locales e incluso músicos y afines deciden cuánto y cómo se gana, invitando a otros a colaboraciones, concursos, transmisiones, batallas y tributos a bandas todavía vivas y activas.

Todas son opciones válidas en el entretenimiento. Lo variable es la decisión de participar, y el único responsable de ese paso es el artista o agrupación a quien se le extiende la invitación. Nadie puede exigir al artista que regale su trabajo, ni siquiera bajo pretexto de exposición. Ningún escritor regala a diestra y siniestra su primer libro publicado, con el pretexto de que “nadie lo conoce”. Así sea que asista a conferencias y conversatorios donde no le paguen, siempre vende.

Exposición y eufemismos

El trabajo de medios masivos, digitales e independientes se vuelve el cordón vital que une la creación artística con un nuevo público. Con todo y sus cabos sueltos, estas plataformas siguen siendo de gran valor para el artista. Por desgracia, la impaciencia de las nuevas generaciones las ha llevado a preocuparse más por las cifras distantes y perecederas de redes sociales; casi nunca sucede que los artistas en ciernes se enteran de la recepción de su obra en el público que la consume. Las redes llenan esa ilusión con una hermosa mentira: seguidores e interacciones son proporcionales a la atención que recibirás en el mundo real.

Ahí desemboca toda la falacia: se pierde la capacidad de distinguir entre interés genuino y oportunismo: que los locales que pagan tienen sus reglas y no se puede discutir, que tal sujeto con moral cuestionable nos pidió tocar en tal festival somerón y es una oportunidad de exposición, que podemos comer gratis, que la plata es para comprar los focos… cuando el artista se convence de que su obra no tiene peso suficiente para ponerle precio, alguien más lo hará, y siempre por debajo del valor real.

Si no se afinan los sentidos, se cae en manos codiciosas y negligentes. Esto solo se logra contraatacando la vanidad y descartando a los que no creen en lo que el artista hace.

En base a la experiencia de compartir las lecciones y decepciones de artistas a los que acompañamos en distintas ocasiones a los escenarios, aquí algunos puntos a recordar:

  • Nadie valorará tanto tu proyecto artístico como tú mismo. Si lo expones como si valiese tres cuaras, eso es lo que valdrá para el resto.
  • No todo el que te sigue te admira; muchos de los que no te siguen, te respetan y te apoyan. Quizás se saturan de ver tu cara y tus grandes logros todo el tiempo, o les recuerdas sus propios cabos sueltos.
  • La cantidad de seguidores, vistas y otras arandelas virtuales no siempre es proporcional a la aceptación real. Seguimos siendo testigos de incontables eventos de artistas con envidiable presencia digital, pero que no logran la concurrencia esperada en vivo. Y al contrario: si la propuesta interesa, el lugar puede ser un tugurio y la gente asiste.
  • El amor por hacer arte no puede ir condicionado a que deba ser tu fuente de sustento, pero no por eso te toca regalarlo.
  • Evita llamarle “apoyo” a la asistencia, difusión y consumo de tu obra. Simplemente sé agradecido. Ser artista no es pedir limosna a cambio de tu esfuerzo y talento. Lo que entregas a la gente en vivo es irremplazable, los medios necesitan tu obra para tener de qué hablar (o escribir) y quienes lo consumen lo hacen porque les gusta.
  • Si un evento organizado por veteranos fue un digno ejemplo de desorden e irrespetos, o bien, todo el mundo cobró excepto el artista, abstente de volver a asociar tu nombre con esas iniciativas.
  • Si eres convocado a una presentación o colaboración para un artista extranjero, no caigas en el mal hábito de pensar que tu trabajo es menos digno de remuneración.
  • Si en un concurso las reglas no están por escrito y las condiciones se prestan a malentendidos, exige claridad y formalidad. No te marees cual prescolar con el brillo de los juguetes. De lo contrario perderás el derecho a quejarte cuando falten a las promesas de cielo y fanfarria, para después no cumplir con lo pactado.
  • No responsabilices a ningún local cuando te afectas por su mala fama en aspectos de inseguridad e intransigencia. Si un negocio actúa fuera de las normas establecidas, aludiendo a una actitud de rebeldía contra las leyes, no te asombres cuando tampoco sigan las reglas contigo y les importe poco o nada el bienestar del artista, a la vez que de alguna manera mágica siguen ganando.
  • Sé empático hacia los que se manejan en rubros artísticos diferentes al tuyo, en especial cuando el trabajo que realizan te beneficie. No significa que su interés en ti sea porque crean que tu obra es más importante que la de ellos; puede que vean en ti y en tu trabajo algo especial que debe ser compartido. Devuélveles esa atención aprendiendo sobre lo que ellos hacen.

Todo artista sufre en algún momento el hombro frío de sus colegas, de los medios y la sociedad. Tu obra es valiosa, pero no se moverá mágicamente a cada persona que no la conozca. Ser artista exige saber venderse, definir lo que vales, lo que puedes negociar y lo que no toleras. No dejes caer la mandíbula ante sueños y promesas. No arrojes tus perlas al lodazal.

MissPraxx

MissPraxx

Escritora, melómana y desequilibrada. Menos etiqueta y más verdad.