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Tras el escándalo, el Ministerio de Cultura tendrá una nueva administración. Sin embargo, la planilla continúa siendo una cuestionable lista de nombres con cuantiosos salarios. Foto tomada de La Estrella de Panamá.

La algarabía fue grande ante la noticia: por fin el Ministerio de Cultura era una realidad. En el auditorio, un veterano artista de la música daba el anuncio triunfal, mientras la comunidad artística celebraba como si se tratara de la llegada del Mesías. El momento fue compartido en televisión y redes sociales. Destacadas figuras de las artes, rubro que compone solo una parte y no el todo de la faceta cultural de un país, vieron en esta iniciativa la salvación a la desidia por lo bello: ahora sí habrá a quién le importe, ahora sí se tomará en serio nuestra pasión y talento.

Tarea pendiente desde hace décadas. La caduca y oxidada máquina del INAC (Instituto Nacional de Cultura) parecía ya un diorama en donde abundaban destellos de genialidad, promotores culturales e iniciativas quijotescas, en medio de un escenario estático, monótono y con justificados cuestionamientos a la calidad de su trabajo. En menos de una década pudimos presenciar, entre otros momentos del salón de la vergüenza, a una autoridad de la institución haciendo de bateador emergente para recitar “Patria” (de Ricardo Miró, no de Rubén Blades) ayudándose con un teléfono celular; constantes retrasos en la entrega de los libros ganadores del máximo galardón de literatura, y la bochornosa calidad de impresión de estos ejemplares una vez entregados.

Siendo una entidad del estado, el INAC no se salvó de la metástasis de la corrupción. Pudo haber sido ejemplo de los valores que engalanan a sus desprendidos aliados e intelectuales laureados, pero si uno revisa la planilla de dicha institución, se encuentra con que luego de crearse el ministerio, se hizo muy poco para mejorar su credibilidad; existe un sinfín de direcciones y departamentos de promoción artística que en papel suenan bien, pero cuyo trabajo en el mundo real es un misterio. Considerando que se trata de cultura, aspecto invariablemente compartido entre los miembros de la sociedad, resulta extraño que no se publiquen los proyectos o iniciativas que dichos departamentos ejecutan.

Más cuestionable resulta el hecho de que esta institución cuenta con una oficina de relaciones públicas, en la que figura una lista de funcionarios con generosos sueldos y gastos de representación, superando incluso el salario del ministro y viceministro. Tiene sentido que una función tan delicada esté bajo la responsabilidad de personas de incuestionable experiencia y reconocimiento. Lo que preocupa es que se trata de figuras de la farándula, con exitosos negocios y demás entradas, nombrados en cargos que exigen poner la cosa pública como prioridad, a los que no parece perturbarles la crisis de confianza que atraviesan los miembros del despreciado gremio artístico.

La luna de miel

Es indiscutible que, en los primeros meses de gestión, hubo luces de optimismo ante diferentes iniciativas del Ministerio de Cultura y una evidente disposición para planificar y ejecutar. Muchos de sus departamentos y autoridades contribuyeron a visibilizar aspectos de la sociedad que anteriormente no eran de interés general. Llegada la pandemia, el ministerio respondió con apoyo económico para quienes se vieron afectados por la suspensión de la actividad cultural en todo el país. Además, la transmisión de presentaciones y eventos a través de televisión estatal fue una acertada movida para una comunidad artística que se vio forzada a alejarse del público. La lista de aciertos es larga, pero como en todo lo referente a la gestión pública, no basta con buenas acciones.

Pasada la luna de miel y canjeados los vales digitales, de pronto algo desentonaba. Necesarios cuestionamientos surgieron por parte de artistas y medios ante decisiones arbitrarias que afectaban la esencia de los espacios públicos destinados exclusivamente al arte. Explicaciones confusas, respuestas hostiles e innecesariamente groseras por parte del encargado de la cartera cultural. Atrás quedaban la algarabía y celebraciones. Por fin entendieron que se trata de un ser humano, no de un mecenas ni del salvator mundi. Ni el talento ni la iluminación artística bastaron para entender una sencilla regla: las patas cojas de la sociedad no se reparan con ministerios.

“Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos?”

De nada sirve crear instituciones de gobierno que manejen grandes presupuestos y adornen cada esquina con su logo, validando iniciativas artísticas, si no existe un compromiso personal por parte de quienes las dirigen. El rubro del arte será siempre innecesario para gobernantes y ministros. Nos toca a nosotros tomarlo en serio y a la entidad estatal crear las condiciones para que podamos concretar nuestras metas. Le corresponde al ministerio asegurarse de que el terreno para construir nuestros proyectos alcance para todos, y garantizar que se nos respetarán tanto nuestras obras como las condiciones imprescindibles para seguir creando.

Aunque el tema de política y gestión aburra a la comunidad artística, se trata de aspectos de conocimiento obligatorio. Ningún gabinete, ministro ni mandatario llega a su cargo con una lista de tareas pendientes para resolver al día siguiente. Administrar dinero del estado es una tarea compleja en la que, mientras se prioriza un sector se hace esperar a otro. Exige contar con personas competentes, interesadas en el presente y futuro del país, con principios y visión, características que no suelen coexistir en un mismo ser humano. Se manejan presupuestos y licitaciones; se exige, de forma constante, responder a interrogatorios mediáticos y, en el caso del Ministerio de Cultura durante la pandemia, la difícil faena de conciliar el interés del sector artístico y cultural con las medidas de salud pública.

El espectáculo no debe continuar

Siendo así, todavía se respira un descontento general, ante el anuncio de que el anterior encargado no tendrá que responder a ningún proceso de investigación. ¿Por qué seguimos inconformes, ahora que contamos con una nueva figura liderando las riendas del ministerio? ¿De dónde nace ese malestar que refieren grupos de ciudadanos ante la desafortunada noticia de que el anterior ministro será nombrado en alguna embajada para representar al país al que decepcionó? Un grupo de ciudadanos envía una carta abierta a la canciller, solicitando la reconsideración de esta decisión y denunciando que “sus desprecios y desplantes en público (al) movimiento cultural y artístico de nuestro país muestran carencias de personalidad y falta de diplomacia”.

La incómoda verdad es que nada de esta situación es para asombrarse. Nombrar en la cartera cultural a personas cuya trayectoria no se relaciona directamente con este tema es desde el principio un error. La promoción de la cultura y en particular, del arte, no suelen ser prioridad en ninguna sociedad actual. Cada sociedad entrega al arte la importancia que sus propios exponentes le dan. Para los poderes, ese aspecto de la actividad humana es sobrante, prescindible. Se cultiva y progresa solo por el esfuerzo desprendido de quienes lo viven y sufren. Los que apartan espacio de su jornada, de su vida personal o de sus horas de sueño para entregarse a la creación, con la esperanza de que su inspiración será apreciada por otros.

Posibles soluciones

Puede que la experiencia en producción televisiva sea un aspecto útil para quien dirija esta institución, pero no es suficiente. La televisión es un medio todavía poderoso y ubicuo, pero hace rato dejó de ser un medio cultural; es una caja de ocio y distracción, en la que escasean las propuestas constructivas y abunda la chabacanería, la replicación del contenido masticado de redes sociales y el embotamiento mental. Si se considerara la envergadura del tema cultural y se dejara a un lado esa pésima costumbre, apadrinada por gran parte de la sociedad, de nombramientos politiqueros o por amiguismos, ocuparía dicho puesto alguna de las reconocidas figuras intelectuales de nuestro país, escritores o promotores culturales.

Esta situación no se ve solamente en el Ministerio de Cultura. Los tentáculos de la desidia también invaden a los departamentos de entidades públicas creados para la difusión artística, dado que estos asignan la logística y organización de actividades a personas que se jactan de atraer patrocinios y atención de los medios, pero que a la hora de cumplir con las retribuciones monetarias para quienes participan en estos eventos, les dan largas a dicho compromiso. Queda del lado del artista no prestarse a estos irrespetos, exigir contratos escritos en donde se estipulen las obligaciones adquiridas por ambas partes y las fechas de cumplimiento, no andar manejando todo por grupos de chat ni acuerdos de palabra.

Como artistas, somos nosotros quienes tenemos el deber de velar porque se nombre a la mejor gente en estos puestos. A personas destacadas por su trayectoria en favor de la cultura, la difusión de las artes y en especial, que hayan mostrado respeto por el trabajo ajeno. Elevar el valor que le damos a nuestro trabajo y al de los demás; en cuanto al ministerio, conviene revisar cuáles son las tareas más urgentes en el campo donde nos desempeñamos y participar del debate, proponer leyes que beneficien a la comunidad artística, entablar conexiones con las personas que impulsan las iniciativas que quisiéramos ver a nivel estatal, y aprender de lo que hacen países más avanzados en el tema, sin creer que todo es perfecto en otros lares ni que en Panamá, como dijo una autoridad en una entrevista, “la lectura no es popular porque hace calor”.

Irónicamente, el nombramiento de una nueva ministra cuya experiencia también es de televisión, se siente acertada; o tal vez sea una realidad distorsionada: en parte el alivio se debe a que su gestión inicia con un entorno de decepción colectiva. Partir desde el fondo tiene sus ventajas.

MissPraxx

MissPraxx

Escritora, melómana y desequilibrada. Menos etiqueta y más verdad.